La energía no es
bits, son moléculas, átomos, que condicionan nuestra forma de vivir, de
respirar, de comportarnos como ciudadanos e incluso de movernos. La
transformación tecnológica de la energía transformará también los sectores, las
empresas y, en definitiva, la sociedad entera. Porque la energía, como todo el
mundo sabe, ni se crea ni se destruye, tan sólo se transforma.
Después de haber
estudiado el fenómeno digital durante años, pienso que la energía es el otro
gran vector de futuro de transformación social en los próximos. Incluso creo
que ambos ámbitos están relacionados. De hecho, dependiendo de con quién
hables, algunos consideran la transformación de la energía tan o más primordial
que la digital. Y sería irrelevante polemizar sobre si es así o al revés,
porque esto no es un partido de fútbol en el que se compita para ganar y
demostrar la propia importancia. Ambos ámbitos son fundamentales, y todos
podremos ver que las transformaciones digitales y las energéticas van a
trabajar juntas en los años venideros.
Estamos en una
encrucijada energética que creo que es interesante analizar y exponer.
Si bien en los
últimos años estamos construyendo capacidad energética productiva en el campo
de las renovables eólica y solar, con la ambición de ir reduciendo la
dependencia de otras fuentes de energía más contaminantes, también es cierto
que estas fuentes de energía requieren de viento y sol para funcionar.
Es cierto que la
energía renovable ha llegado a dar resultados extraordinarios: Alemania, en
2018, pudo abastecerse durante unas horas solo con renovables, y Dinamarca, en
2015, hizo lo mismo durante un día. Pero, ¿y el resto del año?
Al conectar la
idea de necesitar energía segura y estable con las energías renovables eólica,
solar e hidráulica, principalmente debemos tener muy presente la siguiente
cuestión: ¿qué pasa si no hay viento y sol suficientes para poder mantener el sistema
en marcha? Porque, retomando el ejemplo anterior, ¿qué han hecho estos países
los otros 364 días del año? Porque todos sabemos que la intermitencia es
inherente a la naturaleza de las fuentes renovables.
Mientras no
seamos capaces de construir baterías competitivas en coste, ¿qué podemos hacer?
La cuestión es que, si no hay viento ni agua ni sol en la cantidad necesaria
como para abastecernos y sabemos que las baterías no son aún competitivas,
¿cómo podemos prepararnos?
Hasta ahora,
parece que la mejor opción que emerge en este campo son las plantas de ciclo
combinado con gas natural. Quizá en unos diez años deberemos desmontar esta
tecnología y cerrar esas instalaciones. Mientras llega ese día, todo parece
indicar que, al menos en España, necesitamos esa manera de generar energía, la
cual nos permitirá transitar el presente hasta que el desarrollo de la misma
haga aconsejable utilizar otros sistemas más orientados hacia las renovables.
Esta apuesta por
la generación renovable se relaciona muy bien con el concepto “emisión cero”
que, aun siendo maravilloso, en la actualidad es utópico. Construir un panel
solar, un coche eléctrico o un aerogenerador también produce CO2, y no poco.
Para construir un aerogenerador, por ejemplo, se necesita fabricar cemento que
será utilizado en su cimentación, además de fundir metales a alta temperatura.
Ambas actividades exigen procesos que generan CO2 por sí mismos. Para ello hace
falta disponer de combustibles fósiles que, a su vez, emiten CO2. De hecho,
para medir de forma rigurosa el impacto de cualquier instalación de fuente
energética (incluyendo las renovables) hay que tener en cuenta todo su ciclo de
vida: la extracción de los materiales, la construcción de la planta, la gestión
de los residuos producidos, etcétera.
Por ello, tal vez
tenga más sentido el concepto de “compensación de carbono” o el de “neutralidad
de emisiones”: el CO2 que se genera se contrapesa con el que se reduce. Porque,
aunque estamos mejorando en la reducción de emisiones de CO2, todavía seguimos
generando emisiones. Y, lo más importante, seguiremos haciéndolo. Por ahora,
parece que de lo que se trata es de compensar. O al menos de intentarlo, porque
las emisiones cero no existen.
Parece razonable
pensar que, en el futuro, como ahora, dispondremos de un modelo que combine
fuentes energéticas diversas. Si las exigencias de energía son variadas, las
fuentes también lo son. En conjunto, vendrían a conformar un sistema, bien con
menores emisiones o bien con emisiones neutras, como es el caso de los gases
renovables, para un período posterior si se madura su tecnología.
También es
importante tener en cuenta que los gases renovables se pueden almacenar durante
más tiempo que otras energías renovables. Esto es crítico porque, para llegar a
una economía neutra en emisiones en el año 2050, los gases renovables son
imprescindibles, especialmente el hidrógeno. Los expertos aseguran que sin él
no será posible tal objetivo, especialmente porque necesitamos gas, sobre todo
para la industria, así como por la necesidad de almacenamiento estacional.
No obstante, no
puedo aventurarme a predecir qué nos espera en cuestiones energéticas en los
próximos años, décadas… No planteo soluciones de futuro que desconozco porque
no he sabido documentarlas con rigor. Por ello no valoro si un tipo de energía
es mejor que otro. Tampoco me interesan los debates ideológicos porque la
evolución de la tecnología es insondable.
Mi opinión es la
del consumidor y, en ese sentido, tengo claro que queremos la mejor tecnología,
la más limpia, asequible y que, además, no falle.
Es complicado
aventurar cuál será el modelo energético para un futuro sostenible, por lo que
tenemos que estar abiertos a valorar todas las alternativas posibles. Y lo que
es también muy importante, debemos hacerlo sin improvisar, porque en el sector
energético las inversiones que hay que acometer son elevadas e inmóviles, y los
plazos de implantación largos y con procesos complejos.
En cualquier
caso, tengo claro que debemos trabajar con la cabeza fría para disponer de la
mejor tecnología, la más limpia, y que además no falle. Se trata de que entre
todos podamos lograr que el necesario proceso de transformación de la energía,
y también del sector, sea el mejor posible, para lograr el equilibrio entre la
salud del planeta y nuestras necesidades como sociedad.
Pablo Foncillas
es profesor y divulgador. Autor del libro Fact Energy, editado por Deusto en
colaboración con Fundación Naturgy
elperiodicodelaenergia.com